los platyceros son unas plantas con hojas alargadas que terminan en un punta. Llegaron a la isla desde África, como complementos del sueño de un empresario emprendedor. Se dieron bien entre boleros y guarachas. Sus follajes padecieron el agitado ritmo de las caderas de Ana Gloria, la mamboleta mayor, mucho antes de que atrofiara sus ancas de hembra templadora con el cansino andar de esposa de Ministro.Más no todo fue paradisiaco, por un tiempo durmieron a escondidas en los vergeles, abandonados por las pasiones de moda, aquellas que imponían el tono verdeolivo. Luego hubo que redecorar espacios: esos mismos salones olvidados por la causa popular, ahora parecían imprescindibles para cazar “divisas”. Las nuevas intenciones mercantiles desentonaban con el abandono y el descuido.Entonces las plantas regresaron, gracias a la escasez de recursos y a la autorización de Celia. Sus exóticos y exuberantes tonos colgaban en todas las esquinas del gobierno, desde las casas para el protocolo hasta las pretendidas pasarelas de mansiones de la moda.Los jerarcas los hicieron suyos. Convertidos en emblemas de poder, fueron presencia obligada en los jardines de los amigos de Norberto; se repetían como los cúmulos nimbo en las páginas del escritor, esas nubes que le traicionan y asoman en toda latitud narrada, cual pesadilla meteorológica insuperable, como infinita sacudida del avión de su vida.En los ochenta se desató la fiebre: la misión era poseer una planta de aquellas y restregarla a la vista de los mortales, como prueba de bienestar y “clase”. Tras sus hojas se podrían esconder mejor las miserias y jugar a ser el otro, el que manda, el que triunfa.